Sentada a su lado, bueno, no realmente. Sentada al
lado de su cuerpo enterrado 4 metros bajo tierra. Cuánto le extrañaba. Siempre
recordaba esos momentos de felicidad junto a él: la primera vez que se vieron;
cuando quedaron en salir algún día, después de haber entablado una conversación
estable por primera vez, o el otro día cuando él enfermó. En realidad era sólo un
pequeño resfriado. Él fingió todo ese tiempo estar muy enfermo sólo para
recibir de sus cuidados. Olivia nunca le creyó, pero era divertido seguir su
juego.
Lloraba en silencio contemplando la grisácea y fría lápida.
Avi Glickmann
Septiembre 16,
1967 – Octubre 7, 2001
Ese recuerdo permanecía fresco e intacto en su
memoria. Aún lo recordaba todo sin problema. Verlo postrado en una cama de
hospital, haciendo chistes sobre su enfermedad.
—No, nunca fueron divertidos —le confesó al viento que meció el césped
lentamente. Y era cierto, un tumor cerebral nunca le pareció divertido. Sin
embargo, quería verlo feliz, aunque implicara reírse de sus tontas bromas.
—Vuelve... Vuelve y ya no te vayas; ya
no me dejes… — ¿a quién se supone le hacía esos reclamos? Qué irónico, él ahora
habitaba en la morada de la que ya no podemos regresar, a la que muchos desean
ir, y otros temen.
Más que nada recordaba sus últimos días. Se veía tan débil, estaba tan
débil, pero a pesar de eso, las bromas siempre estaban presentes.
Lo
que él más añoraba era salir pronto del apestoso hospital con enfermeras
mal educadas, y festejar con ella; con su amada. Festejar todo el día que ya
estaba sano, que una mañana, por «arte de magia» el cáncer
había desaparecido. ¡Oh, cuánto él deseaba eso! Regresar a su vida anterior, y
hacer feliz a su esposa…
Lamentablemente, ese día jamás llegó, o al menos, no aquí. Nunca se le
vio a esa nueva oportunidad de vida tocar su puerta.
A Olivia le alegró un poco saber que él ya no sufría, que el dolor se había apartado
de su cuerpo por fin, pero más le alegraba que él no pudiera verla en ese
doloroso estado.
Lo
sollozos acabaron. El viento, dulcemente secó sus lágrimas. Se sintió tan real,
de tal manera que por poco se creía la descabellada idea de que podría ser Avi
quien la consolaba y acariciaba…
Ya
nada podía hacer. Evidentemente no había vuelta atrás, esa no era una opción.
Lo que ahora le quedaba era esperar el momento donde ella partiría al lugar
prometido, y se reunirían de nuevo. Pero mientras llegaba, tenía una misión por
cumplir: vivir su vida. Vivir como a él le hubiera gustado. Lo tendría siempre
presente en el pensamiento, sería casi imposible deshacerse de él en ese
sentido, pero tenía que superarlo en cierta forma, para poder seguir.
—Hasta
pronto, cariño — otra vez hablaba con ese pedazo de piedra, pero esta vez con
una sonrisa y con la promesa de volver cada semana.
No, no es una despedida, es
un «Nos
veremos pronto».
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