jueves, 26 de diciembre de 2013

Condena

   — ¡Cariño, ya vine! – arrojó la chaqueta al sillón y puso la maleta en el suelo. – Oye, ¿qué hay para cenar? Muero de hambre – se dirigió a la cocina creyendo que ella estaba allí.
   Estaba vacía.
   — ¿Cielo, estás aquí? ¿Estás bien? – dijo eso golpeando la puerta del baño. Quizá tuvo de nuevo uno de tantos mareos que solían darle acompañados de nauseas. — ¿Elisa? – seguramente estaba durmiendo. Últimamente se había mostrado muy cansada y somnolienta.
   Abrió la puerta de su dormitorio muy despacio. Allí estaba.
   — ¿Lis? Ya vine, linda. ¿Te sientes bien? – Elisa ni siquiera se meneó. — ¿Elisa? – comenzaba a asustarse. – Elisa, ¿qué tienes? – la desesperación ya estaba dentro de él.
   Se abalanzó sobre su esposa.
   — ¡Elisa! ¡Elisa!
   Era ahora el llanto quien lo manipulaba.
   — Oh, Elisa. ¡¿POR QUÉ?! – “¿por qué, por qué?” repetía una y otra vez a gritos.
   Abrazaba el frío cadáver de su esposa en su pecho. Estaba helada, como siempre y más pálida que nunca.
   — No, Elisa. No lo entiendo. ¡¿POR QUÉ?!
   Sentía su mundo derrumbar. Qué ironía. ¿Cuántas veces él no derrumbó el suyo? ¿Cuántas veces no le hizo sentirse como basura? ¿Cuántas veces no habían llorado juntos y él suplicando que le perdonara, que no lo volvería hacer, que no le volvería a tocar ni uno sólo de sus cabellos?
¿Cuántas veces no le creyó?

   En la mesita de noche, una jeringa; debajo de ella, una carta.

“Claro está que ya me has encontrado. Si no, no estarías leyendo esto.
No sé qué decirte… ¡Ya puedes vivir en paz! ¡Felicidades! Lo conseguiste, por fin.
No te molestaré más. Ya no seré una carga para ti. Ya puedes ahorrarte las “joyas de disculpas” y las disculpas también.
Lamento haber hecho de tu existencia la peor con mi compañía. Eres libre, Humberto. Te he liberado. Nos he liberado.
Gracias por llenarme de riquezas durante mi estadía. Por, de alguna manera, tratarme como una reina. Claro, hubiera preferido un cambio en tu carácter, pero al menos fui la envidia de todas.
No le contaremos a nadie sobre esto. Inventa algo; te sale bien.
No sé si debería disculparme por esto. No lo esperes. No lo haré.
En fin. Espero tú sí seas muy feliz con ella. Sí, sé sobre ella. Llénala de riquezas como a mí, pero sobre todo, ámala. Ámala con locura. Así como nunca pudiste amarme. Así como yo te amaba.
Yo te amaba.”


   “¿Es así como ella se sentía?” se preguntaba en pensamientos. “No, peor”.

"una gran condena que le hará vivir con la pena". Antonio Herrera



***

Creo que será la última entrada del 2013. Espero les haya gustado. Y también espero estar un año más aquí con ustedes. Ya les he tomado mucho cariño aunque ya casi no comentan; eso lo extraño.
¡Feliz año nuevo!

martes, 24 de diciembre de 2013

Mirar en Navidad

Gerardo Guinea Diez
Escritor y periodista. Nació el 13 de septiembre de 1955. Dirige la Editorial Magna Terra.
Se le han otorgado varios premios, entre ellos el Nacional de Poesía César Brañas (2000) y el Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias (2009).
Entre sus obras están las novelas El amargo afán de la desmuerte, Por qué maté a Bob Hope, Exul Umbra y Calamadres, así como poemarios Horarios de lo efímero y lo perdurable, Ser ante los ojos, Raíz del cielo y Cierta grey alrededor.

***

Mirar en Navidad



Ya sin luz y con una claridad reunida en las penumbras que se muestran en las esquinas, atravieso la ciudad, llena de luces y niños con fuegos pirotécnicos. Mi cuerpo recupera su ritmo natural después de ese largo trayecto. Sueño una vez más con un cuadro de Veermer y poseer ese don para retratar esa fugacidad que no es más que un trozo de eternidad. Sobre las calles, el crepúsculo sigue anunciando a la noche. Apago la radio, las noticias de siempre, cambio y escucho música. Continúo haciendo lo que siempre hago mientras transito por calles y avenidas: pensar en ella como una idea fija, una coma, un paréntesis de la realidad. Minutos después, suena el teléfono, es ella, reclama mi retraso, se oye tranquila. Quiero bajarme del carro y brincar de la alegría como lo hacen unos niños después de correr detrás de unas estrellitas. Por supuesto, no hago ninguna de las dos cosas.
  Es Noche Vieja, ella me espera en el sofá. Lee Cuentos de Navidad, de Charles Dickens, y siento como si me impusiera la obligación de viajar a los confines del mundo. Está feliz, su figura es una continuidad del sueño. Se levanta y me besa. La abrazo, me quito el saco. Voy a la cocina, preparo la cena. Le muestro la botella de vino que adquirí en el supermercado. Mientras cocino, ella lo destapa y me lleva una copa. Brindamos porque somos dos soledades encontrándose. Hay algo que no sé describir: el modo cómo pone sus ojos en mí. Nadie antes lo había hecho así. En la calle hay más silencios de los que imaginé. Charlamos hasta media noche, luego cenamos y comemos uvas. No llegamos a nada, aunque pensándolo, sí: nos asomamos a otra cosa que en última instancia es la única cosa que cuenta en esta historia: el silencio como subtexto que se mueve entre cuatro ojos, entre lejanías de pocas cuadras. 
  El silencio es un pájaro, una nube, un fin de semana, un 24 de diciembre cargado de lentitud. Es el enigma a descifrar, el que nos dará, conforme el gozo haga su labor, el tamaño de un corazón que se va haciendo grande, horadado por las gotas de sus axiomas. Y de ahí, de lunes en lunes, de jueves en jueves, el silencio será una sombra de nuestra sombra y comprenderemos el tamaño de lo ganado. Entonces, también serán los martes, los miércoles, los viernes, los sábados, los desolados domingos hasta que el amor sea aire en cualquier avenida de la ciudad y nos veamos en un espejo y solo encontremos reflejadas preguntas y el esqueleto de nuestra mirada, florezca porque estarán esos ojos  que nos enseñaron el extraño ejercicio de mirar. Y seremos siluetas en las avenidas para recordarnos de algo: un beso, una mirada, una fecha, una Navidad con vino tinto y tantos sueños por delante en la ciudad de la furia. A la sazón, con el costal de días sin dolor, abriremos esa noche “la cajita de los sueños”, los regalos, escucharemos música y la afonía será después de los abrazos enfrente del árbol decorado como si esperáramos una epifanía. 
  Mañana iremos al mar. Allí nos miraremos hasta quedarnos ciegos. Quizá no encontremos la piedra filosofal, pero sí algo más hondo: nosotros mismos siendo. Cuando crucemos la calle sentiremos que finaliza un día intacto, sin sombras… detrás de nosotros, la luz del mirar, pozo de sol para dos seres que barren sus sombras tras el umbral de una paz con perro y un árbol sin nombre... Cuando regresemos, será para contar el resto de los días, la historia de ese mirar en un día de Navidad y el tiempo de vivir nos marque el alto en ese andar cuando el emperrado corazón deje de “amorar” y latir —como reza un verso de Juan Gelman— y solo quede una huella en unas cuantas páginas que muchos recordarán muchos años después.

***
Y con eso me despido. Espero les hayan gustado.
¡Feliz navidad!

Como una reina

No tengo una entrada originalmente mía navideña. Pero en una revista de mi país han salido cinco cuentos sobre esta festividad.
Así que publicaré los dos que más me han gustado en dos entradas diferentes.
Espero les guste.


***



Aunque era de noche, las luces iluminaban las calles con la intensidad del mediodía, la gente caminaba con un júbilo nostálgico y así se perdía entre la muchedumbre que transpiraba ansiedad por terminar las compras antes del 24.
  En la calle principal se encontraba la Joyería del Centro Histórico, que ofrecía a sus clientes joyas de diseñadores de gran renombre y tradición.
  —¡Esta vez debes elegir uno muy especial!, dijo Humberto a su esposa Elisa.
  Ella, complacida, lo vio con gratitud y asintió.
  —Elige el que más te guste. Busca un juego completo de esos que traen aretes, pulsera y todo lo demás.
  —No tiene que ser uno muy caro, Humberto.
  —¡Debe ser uno muy caro, Elisa! Es el juego que te mereces esta vez porque, además de todo, pronto será Nochebuena.
  Con ilusión, aunque con timidez, los ojos de Elisa se movían como se mueven esas luces intermitentes de la época navideña. Miraba para todos lados, sus ojos saltaban de vitrina en vitrina mientras la encargada de la joyería le comentaba sin pausa y con insistencia las características, virtudes y precios de cada joya o de cada juego.
  —Este es un bello juego de esmeraldas; se dice que ayuda a desarrollar la paciencia y la esperanza. Si lo quiere para un aniversario, dígame cuántos años cumplen y le digo la piedra que le corresponde. Estos son zafiros, las piedras de la paz y la felicidad. Los de aquí son diamantes, distinguidos por su brillo y dureza.
  Sin tomar aire siquiera, la vendedora continuó. El rubí, para fomentar el amor. Las clásicas perlas, siempre presentes en las uniones felices. ¿Cuál es del gusto de la señora? Estos son los diseños que recién entraron, justo los de temporada. A la izquierda encontrará los de diseñadores italianos y los de abajo han sido inspirados en diseños antiguos. Al lado derecho, puede ver los últimos modelos de Cartier, Bvlgari y Boucheron, en ese mismo orden. ¿Qué número de anillo usa? ¡Pruébese este! ¡Mire qué lindo se le mira, le luce con el tono de su piel...!
  Elisa se sentía como perdida entre aquel escenario lleno de bullicio y tanto fulgor.
  Se vio las manos, y pudo ver en ellas los anillos más finos y bellos. Se tocó como inconscientemente los aretes que llevaba puestos, y de inmediato los pudo reconocer. Con la punta de sus dedos recorrió el collar que llevaba puesto y, sin necesidad de verlo, supo cuál era la historia del mismo.
  —¡El que tú quieras, amor mío! ¡El que más te guste!, dijo con insistencia Humberto a Elisa.
  Antes de que él terminara de hablar y aún perdida en los recuerdos, los ojos de Elisa empezaron a brillar y, en sus lágrimas, se reflejaban todas las luces del entorno.
  Volvió a tocarse las joyas que llevaba puestas y, automáticamente, los recuerdos empezaron a surgir... Los aretes, recuerdo de la primera bofetada; el anillo de zafiros y diamantes, símbolo de reconciliación de la golpiza de cumpleaños porque los invitados se marcharon ya muy tarde; la pulserita de perlas, el perdón de un par de patadas que recibió el día de la boda de su hermana debido a un ataque de celos porque convivió de más con su familia.
  Elisa siguió leyendo la historia de su vida y de sus golpes conforme iba recordando cada joya.
  Ahora, Humberto le ofrecía una más especial porque estaban a dos días de celebrar la Navidad, y también porque la última vez se le había pasado la mano y la lastimó hasta que la hizo perder el conocimiento. Por los insultos nunca le dio joyas ni le pidió perdón, quizás esas heridas aún no se han sanado.
  Aunque todas las joyas de Elisa tienen una historia que contar, ella no las ha dejado hablar. Sus amigas aún la envidian, sienten que Humberto de verdad la trata como a una reina. Quizá pronto también morirá, entre joyas, como una reina.

***

Ligia García García
Nació el 11 de junio de 1975 en la Ciudad de Guatemala. Es poeta y escritora, además de correctora de estilo, diseñadora gráfica y comunicadora. Se inclina por el género lírico y ha publicado seis libros hasta la fecha, aunque también ha escrito teatro y prosa.

martes, 17 de diciembre de 2013

Unrequited

  — Me enamoré más. En verdad.
  — ¿Qué te digo? ¡Bien por ti!
  — Dime lo que piensas.
  — No creo que sea correcto.
  — Dime...
  — Siento un poco de celos. Lo siento.
  — Lo sé. Lo he notado.
  — Perdón.
  — No quiero herirte.
  — Lo sé. Está bien. No es tu culpa.
  — Pero quiero que seamos buenos amigos.
  — Lo somos.
  — ¿No me odias?
  — Claro que no. De cualquier modo no me es posible. Aunque quisiera, no puedo.
  — Te quiero mucho.
  — Yo te amo también.



(7) text | Tumblr