— ¡Cariño, ya
vine! – arrojó la chaqueta al sillón y puso la maleta en el suelo. – Oye, ¿qué
hay para cenar? Muero de hambre – se dirigió a la cocina creyendo que ella
estaba allí.
Estaba vacía.
— ¿Cielo, estás
aquí? ¿Estás bien? – dijo eso golpeando la puerta del baño. Quizá tuvo de nuevo
uno de tantos mareos que solían darle acompañados de nauseas. — ¿Elisa? –
seguramente estaba durmiendo. Últimamente se había mostrado muy cansada y
somnolienta.
Abrió la puerta de
su dormitorio muy despacio. Allí estaba.
— ¿Lis? Ya vine,
linda. ¿Te sientes bien? – Elisa ni siquiera se meneó. — ¿Elisa? – comenzaba a
asustarse. – Elisa, ¿qué tienes? – la desesperación ya estaba dentro de él.
Se abalanzó sobre
su esposa.
— ¡Elisa!
¡Elisa!
Era ahora el
llanto quien lo manipulaba.
— Oh, Elisa.
¡¿POR QUÉ?! – “¿por qué, por qué?” repetía una y otra vez a gritos.
Abrazaba el frío
cadáver de su esposa en su pecho. Estaba helada, como siempre y más pálida que
nunca.
— No, Elisa. No
lo entiendo. ¡¿POR QUÉ?!
Sentía su mundo
derrumbar. Qué ironía. ¿Cuántas veces él no derrumbó el suyo? ¿Cuántas veces no
le hizo sentirse como basura? ¿Cuántas veces no habían llorado juntos y él
suplicando que le perdonara, que no lo volvería hacer, que no le volvería a
tocar ni uno sólo de sus cabellos?
¿Cuántas veces no
le creyó?
En la mesita de
noche, una jeringa; debajo de ella, una carta.
“Claro está que ya me has encontrado. Si no,
no estarías leyendo esto.
No sé qué decirte… ¡Ya puedes vivir en paz!
¡Felicidades! Lo conseguiste, por fin.
No te molestaré más. Ya no seré una carga
para ti. Ya puedes ahorrarte las “joyas de disculpas” y las disculpas también.
Lamento haber hecho de tu existencia la peor
con mi compañía. Eres libre, Humberto. Te he liberado. Nos he liberado.
Gracias por llenarme de riquezas durante mi
estadía. Por, de alguna manera, tratarme como una reina. Claro, hubiera preferido un cambio en tu carácter, pero al menos fui
la envidia de todas.
No le contaremos a nadie sobre esto.
Inventa algo; te sale bien.
No sé si debería disculparme por esto. No lo
esperes. No lo haré.
En fin. Espero tú sí seas muy feliz con ella.
Sí, sé sobre ella. Llénala de riquezas como a mí, pero sobre todo, ámala. Ámala
con locura. Así como nunca pudiste amarme. Así como yo te amaba.
Yo te
amaba.”
“¿Es así como
ella se sentía?” se preguntaba en pensamientos. “No, peor”.
"una gran condena que le hará vivir con la pena". Antonio Herrera |
***
Creo que será la última entrada del 2013. Espero les haya gustado. Y también espero estar un año más aquí con ustedes. Ya les he tomado mucho cariño aunque ya casi no comentan; eso lo extraño.
¡Feliz año nuevo!
2 comentarios:
Hey no te desanimes porque nadie comenta, a mi me sucedía lo mismo antes, pero no le presto importancia.
Envidio que sepas escribir diálogos, deberías enseñarme, yo soy pésimo con los diálogos jaja
No sabría describirlo, excelente de verdad
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